El mundo basado en la trilogía de Crónicas de Belquios es amplio y profundo. Es por ello por lo que está repleto de mitos y leyendas antiguas que, de algún modo, están relacionadas con la historia principal. Lee la primera de ellas para entender de donde surge… (mejor no voy a hacer spoilers).

Los Maestros de los Elementos

I

—Este parece un buen lugar. Podemos cazar en aquel bosque de allí, pescar en el río y cultivar la tierra. Parece fértil —dirigió una mirada seria a un grupo abatido por las heridas, el cansancio y la desesperanza—. Y lo más importante es que está desierto.

Habían deambulado sin rumbo durante semanas por los inexplorados páramos de una tierra desconocida. Eran tiempos oscuros en los que imperaban la desconfianza y la confusión después de que el mundo pareciera haberse achicado. No era porque las montañas hubieran disminuido su tamaño ni los ríos llevaran menos agua, sino porque, en pocos años, los escasos habitantes de aquel reino, aún sin nombre, parecían haberse multiplicado.

Todavía faltaba un milenio para que poblaciones como Jápota, Nighton o la propia Belquios se erigieran, dando así forma al reino. Pero, hasta aquel entonces, las tribus nómadas habían surcado aquellas tierras vírgenes donde la vegetación crecía vigorosamente y los animales salvajes eran los auténticos soberanos. Buscaban el lugar ideal para establecerse, creando así los cimientos propios de una comunidad.

Una de aquellas tribus lo había logrado. Llevaba un tiempo asentada al oeste de la posteriormente conocida como Cordillera de Belros, a orillas del gran río. Crearon su propia aldea, su propia economía e, incluso, sus propias leyes. Aunque tan solo fueran una treintena de habitantes, vivían felices y en armonía.

Sin embargo, un día gris, lluvioso y neblinoso, una pandilla de barbudos salvajes atacó el campamento. Una densa bruma se extendía por la superficie del río cuando aparecieron en la orilla por sorpresa y se adentraron hasta las mismísimas entrañas de la aldea. Venían equipados con palos y lanzas para derrocar a un rival claramente menos desarrollado. Saquearon el campamento, mataron a los hombres que les hicieron frente y solo unos pocos lograron escapar con vida de aquella trampa mortal. Más tarde, muchos se preguntarían cómo habían podido acceder hasta aquella posición sin ser vistos. Al parecer, llegaron flotando sobre el agua, ayudados por pequeños troncos de árboles atados entre sí. Habían cruzado todo el ancho del cruento río usando aquel novedoso mecanismo.

Alun Lai, líder de la tribu, y una decena de personas más, -entre ellos una joven pareja de enamorados, cuatro hombres, dos mujeres y dos niños-, se vieron obligados a huir al este, hacia las montañas. En su retirada, se toparon con pequeñas tribus a las que alertaron del peligro de los malhechores y acabaron uniéndose a ellos.

Con escasos recursos y desalentados por lo ocurrido, tardaron días en localizar el único acceso practicable para atravesar la gigantesca montaña. Se trataba de un camino angosto y lleno de obstáculos que dificultaban el ascenso. Cuando alcanzaron la cumbre, contemplaron con admiración su vasta extensión. Se adentraron en una enorme arboleda, tan frondosa y agreste que algunos de los viajeros experimentaron dificultades para respirar. Los ciervos gobernaban el entorno durante el día y los lobos cuando caía la noche. Tan solo encender una hoguera mantenía alejadas a las bestias nocturnas. Fabricaron herramientas improvisadas para la caza menor y almacenaron tanta agua de lluvia como pudieron.

A medida que pasaban los días, aquella arboleda se tornaba más laberíntica y claustrofóbica. En ocasiones, tenían que detenerse porque estaban desorientados. Y era durante las intempestas más oscuras cuando la estrella más brillante del firmamento era capaz de guiar a Alun Lai y su grupo en la dirección correcta.

Finalmente, tras una dura batalla contra la naturaleza, vieron un lugar como el que soñaban al final del camino. Desde la cima de la montaña, contemplaron con expectación la inmensa llanura de aspecto verdoso y saludable flanqueada por dos cordilleras idénticas. Por el sur, se extendía más allá de donde la vista lograba alcanzar. Por el norte, el gran río de caudal abundante y fuertes corrientes la atajaba. Era un paisaje idílico, donde no había cabida para la maldad y la crueldad.

Alun Lai decidió que aquel sería el lugar idóneo para establecer el campamento. En esta ocasión no se asentaron en la orilla del río, ya que conllevaba la posibilidad de ser atacados nuevamente a través del agua, sino en la cima de una suave elevación del terreno que desembocaba en un abrupto precipicio a un par de kilómetros al sur del río. Así podrían controlar desde la altura quién se acercaba y disponer de tiempo suficiente para protegerse de invasores si fuera necesario. Había comenzado una nueva etapa para todos.

II

Durante el largo trayecto hasta aquel nuevo hogar, la tribu había doblado su número de integrantes. Krisa, una niña de cabello rizado y muy callada, había sido una de las nuevas incorporaciones junto al resto de su clan: tres hombres ya adultos, dos de los cuales habían perdido el pelo de la cabeza por completo y un último, de larga melena gris, que siempre bromeaba con que algún día les prestaría algunos mechones a ambos. Pero en lo que los tres coincidían era en la perturbadora historia que estaba detrás de aquella misteriosa chiquilla. Afirmaban haber encontrado a Krisa en un bosque, al sur de su asentamiento. Estaba desnuda y yacía sobre un enorme charco de sangre. Al principio la dieron por muerta, pero, al instante, se dieron cuenta que aquel espeso flujo que la teñía de rojo no provenía de su cuerpo, sino del de su abuela: una anciana a la que, de todos modos, le habría quedado poco tiempo de vida. Había sido degollada y descansaba en paz, en siniestro contraste con la belleza del paisaje.

Habían decorado el lugar del crimen con huesos de animales muertos, extraños objetos tallados en madera (la mayoría, rostros horripilantes) y una calavera humana empalada en una estaca. El arma homicida con el que habían cortado la garganta de la anciana, un pequeño puñal construido con sílex, estaba allí mismo, a escasos metros de ella. Para culminar, la sangre derrochada la habían usado para trazar un círculo que rodeaba a las dos víctimas. Quienquiera que fuera el autor de semejante salvajada, tal vez, habría dado por muerta a la niña. De lo contrario, no había otra explicación para que Krisa aún respirara.

Krisa tardó en despertar un par de días y no recordaba nada de lo sucedido. O nunca quiso hablar del tema para soslayar tan dolorosos recuerdos. ¡Quien podía saberlo! Ante la insistencia de aquellos hombres tan bonachones por averiguar lo sucedido, la niña solo sabía encogerse de hombros. Finalmente, decidieron zanjar el asunto y dejar que ella misma fuera la que tomara la iniciativa a la hora de compartir cualquier información cuando estuviera preparada. Pero eso nunca llegó a ocurrir.

Los tres hombres mantuvieron aquella historia en secreto gran parte del viaje, hasta que se la transmitieron al líder de la tribu y a la pareja de enamorados, Wenthy y Romuel, porque necesitaban compartirla con personas de confianza y poder descargar, así, parte de su inmensa pena. Alun Lai, cuyo cabello se tornaba cada día más blanquecino, se compadeció de Krisa. Pero fueron Wenthy y Romuel los que verdaderamente se encariñaron de la chiquilla y dieron un paso al frente. Trataron con ella durante todo el viaje y Wenthy le enseñó a hacer fuego y a diferenciar las setas venenosas de las comestibles. Por otro lado, Romuel, un tipo esbelto y atractivo, la subía en sus hombros y exploraban ambos los alrededores mientras le contaba historias pasadas sobre parajes lejanos y exóticos. Las risas de la chiquilla alegraban el corazón de Romuel, al que empezaba a considerar su segundo padre, mientras se establecían entre ellos fuertes lazos de intimidad.

Cuando se instalaron en lo que Alun Lai definió como el nuevo mundo, la acogieron en su choza como si fuera su propia hija. A partir de ese momento, lo compartieron todo con aquella chiquilla tan retraída. Wenthy, como su madre adoptiva, esperaba tener aquella complicidad especial que unía a chicas contra chicos. Sin embargo, Krisa parecía haber desarrollado una singular predilección por Romuel. Con él a su lado, su carácter irradiaba felicidad, desprendiéndose de aquel rostro serio y sombrío impropio de una niña. Pero ni aun con ellos habló jamás del fatídico día en que asesinaron a su abuela.

Aquel nuevo mundo trajo consigo tranquilidad, prosperidad y paz durante mucho, mucho tiempo. El suficiente como para que Krisa se convirtiera en una hermosa joven de pechos voluminosos, capaces de captar la atención de cualquier hombre. Su actitud con Romuel no había cambiado, siendo este el receptor de aquella complicidad que Wenthy siempre había pretendido.

Los celos no tardaron en manifestarse, pero, para aquel entonces, las raíces de Krisa ya habían arraigado en la vida de la pareja, tan profundas y vigorosas que resultaba imposible cortarlas. Tampoco mejoraba la cosa que Romuel la defendiera de los constantes ataques por la espalda de Wenthy. Insistía en que pasaban demasiado tiempo juntos y a solas, dando largos paseos nocturnos por aquel bosquecillo de robles bajo la luz de la luna. Pero no podía reprochárselo puesto que aquella costumbre la habían adquirido cuando ella era aún una niña. Romuel se lo tomaba con humor. Era una persona risueña que no dejaba que nadie castigara su mente con memeces.

Un soleado día invernal, decidió comentarlo con Krisa, como algo meramente anecdótico.

—¿Sabes qué? —preguntó Romuel de improviso.

Llevaban callados un buen rato observando las nubes e interpretando sus formas. Estaban tumbados boca arriba sobre la fría hierba en un claro del bosque, lejos de las miradas ajenas.

—¿Qué? —respondió Krisa, risueña.

—Wenthy tiene la extraña idea de que tú y yo… —dudó un momento— ya sabes.

Krisa se incorporó de un salto y colocó su rostro jovial frente a él, obstaculizándole la visión de una nube con forma de pez.

—¿Y qué habría de malo? —preguntó con voz juguetona.

Sus ojos eran claros, como el agua del río, y su mirada penetrante. Una ráfaga de viento meció su voluminosa melena ocultando parte de su cara. Él se la apartó con suavidad mientras contemplaba su hermoso rostro. Dio la sensación de que iba a besarla, pero…

—No es posible —dijo Romuel con sinceridad—. Mi corazón pertenece a Wenthy, del mismo modo que el suyo a mí. Lo vaticinó un antiguo maestro de los elementos cuando éramos niños.

—¿Un maestro de los elementos? —inquirió Krisa con curiosidad. Seguía mirándolo fijamente a los ojos sin que él rehuyera su mirada.

—Sí. Son personas que controlan la naturaleza. Hacen bailes para que caiga agua del cielo y derraman sangre con la intención de que suceda algún hecho concreto.

—Tonterías —dijo ella lanzando una carcajada al aire—. Las cosas suceden porque sí, no porque lo diga un… ¿cómo lo has llamado, maestro de los elementos? ¡Bah! — exclamó e hizo un gesto con la mano restándole importancia.

—¡Nada de eso! —protestó Romuel amigablemente— Nuestro vínculo es eterno gracias a ese hombre.

—¿Y quién dice que un vínculo no se puede romper?

—Si es eterno quiere decir que es para siempre y, por lo tanto, es irrompible —sentenció Romuel.

—Ya veremos…

III

Romuel decidió no contarle a Wenthy la conversación con Krisa para ahorrarle el mal trago de que sus suposiciones eran ciertas. Ella tenía razón y la niña que prácticamente habían criado con tanto amor pretendía, de algún modo, arrebatarle a su hombre. Si Romuel se iba de la lengua desencadenaría una guerra entre ambas que acabaría de la peor forma.

La cosa no mejoró. Una vez abierta la veda, la insistencia de Krisa fue en aumento. Aprovechaba cualquier ocasión en la que estuvieran a solas para sugerirse a Romuel. Este, sin embargo, se limitaba a cambiar de tema convenciéndola de que había otros muchachos en la aldea que podían satisfacerla del mismo modo, pero Krisa no escuchaba. Se había encaprichado fervientemente de él hasta el punto de someterlo a una intimidación constante que llegó a frustrarlo.

Era una noche apacible, la luna acaparaba el protagonismo del firmamento y las estrellas titilaban en lo más alto embelleciendo aún más el momento. Los búhos habían batido las alas y se apoyaban en las ramas de los robles, ululando con animosidad. Romuel y Krisa se dirigían hacia el claro del bosque, donde solían hacer un descanso para después emprender el camino de vuelta. Ella se había pasado todo el camino flirteando y revoloteando alrededor de Romuel, con sus habituales jueguecitos infantiles de seducción. No obstante, él trataba de atajar todas las situaciones que pusieran en riesgo su relación.

Se sentaron sobre la hierba empapada por la humedad que desprendía el río y regaba los campos. Krisa, sin mediar palabra, se giró hacia Romuel y le mostró sus enormes pechos que apuntaban directamente a sus ojos. Estuvo tentado de agarrarlos y metérselos en la boca, pero contuvo aquel impulso haciendo acopio de toda su sangre fría. No era lo correcto, el maestro de los elementos se lo había dicho.

—Tápate —le ordenó con firmeza.

—¿Por qué? —respondió ella, ofendida—. No niegues que sientes deseos de estrujarlos.

Se acarició los pezones con dulzura y Romuel apartó la vista.

—¡Ya basta, Krisa! —la reprendió malhumorado.

Pero Krisa insistía con obstinación, tentándolo con suaves manoseos y bajando cada vez más hacia abajo.

—¿Crees que no te he visto hacerlo con Wenthy? Tu pene, grande y duro como una roca, irradia un calor que me abrasa —susurró con voz sensual—. Lo noto y lo quiero dentro de mí —disminuyó el tono hasta que solo fue un suspiro junto al oído de Romuel —. Estoy segura de que mi chocho prieto resistiría tus acometidas placenteramente —Krisa se había acercado más de la cuenta mientras Romuel permanecía inmóvil, petrificado—. ¡Fóllame ahora!

Romuel, en un acto de cordura y ayudado por su fuerza de voluntad, se levantó de golpe.

—Esta vez has ido demasiado lejos, Krisa. Se lo contaré todo a Wenthy —la amenazó muy enojado.

El bello rostro de Krisa se arrugó como una hoja seca y sus labios temblaron de rabia.

—¡Si no me follas ahora, juro por tu maestro de los elementos que me cortaré el cuello! —le gritó desde el suelo, aún con las tetas al aire.

Romuel hizo una mueca de exasperación y se marchó solo, a paso ligero, dejándola allí, insatisfecha y muy enfadada. Cuando llegó a casa, Wenthy le preguntó que dónde estaba Krisa, a lo que Romuel respondió con una mentira, que la había dejado con un chico de la aldea. No sabía por qué, pero no estaba preparado para hundir a la pobre Krisa. Wenthy entraría en cólera si se enterara de lo que acababa de suceder. Ella se mostró atónita, en un principio, e interesada en saber más. Al fin y al cabo, Wenthy era uno de los tres pilares de la familia. Sin embargo, Romuel no le dio muchos detalles. Tampoco quería que aquella mentirijilla piadosa engrosara su volumen hasta convertirse en una inmensa bola de engaños y traiciones que pusieran en juego su felicidad. Krisa, esa noche, no regresó a la aldea.

Al día siguiente, Romuel volvió a buscarla, muy preocupado por que le hubiera podido suceder algo. No estaba en el claro del bosquecillo donde la dejó, pero había un rastro de huellas que se encaminaban hacia la espesura, donde los árboles engullían a las personas. La hilera de pisadas lo condujeron hasta una cueva ubicada bajo un pequeño promontorio. Tal vez se tratase de la guarida de algún oso. No le dio tiempo a adentrarse cuando la vio a lo lejos. Estaba sentada sobre una roca, de espaldas. Observó que tallaba un cuchillo con sílex.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Romuel con precaución.

—Fabricando un cuchillo —respondió Krisa sin inmutarse lo más mínimo. Seguía dándole la espalda.

—¿Y para qué quieres un cuchillo? —insistió. Solo se escuchaba el chirriar de la piedra.

—Ya te lo dije, para cortarme el cuello.

Aquella fría voz, carente de vitalidad, puso los pelos de punta a Romuel.

—No quiero que te cortes el cuello, quiero que vengas conmigo a la aldea. No le he contado nada a Wenthy de lo sucedido…

—¿Le tienes miedo? —lo interrumpió Krisa con frialdad. Estaba fuera de sí. Se giró al fin y pudo contemplar un profundo rencor en su rostro—. ¡Seguramente te arranque esa polla de cobarde que tienes!

—Si vienes conmigo ahora, no hay por qué decirle… —intentó explicarle Romuel, pero Krisa lo interrumpió.

—Ya sabes las condiciones si quieres que vuelva contigo. De lo contrario…

Se colocó la hoja aún sin afilar en el cuello y la deslizó con suavidad alrededor de él mientras sacaba la lengua. Al ver la cara horrorizada de Romuel, rio con ganas.

—¡Por mí puedes degollarte una y mil veces! —le espetó repleto de ira y volvió a marcharse con la intención de no regresar nunca.

Una vez en la aldea, Romuel seguía tan enrabietado que fue directamente al río a buscar a Wenthy, que se encontraba limpiando pescado junto a otras mujeres. Había llegado la hora de que supiera toda la verdad.

IV

No le arrancó su polla de cobarde, como había sugerido Krisa, pero sí le cayó una dura reprimenda.

—¡Lo sospechaba desde hacía tiempo! —gritó Wenthy a los cuatro vientos—. Ha intentado aprovecharse de nosotros. Por mí que se pudra.

—No podemos permitir que haga ninguna locura por un deseo sexual. Ya se le pasará —replicó Romuel quien había templado su furia y volvía a sentir lástima por aquella niña a la que llevaban cuidando tantos años.

—No habrás hecho nada con ella, ¿verdad? —inquirió Wenthy mirándolo fijamente a los ojos, intentando descifrar la verdad en ellos.

—Amor, ¿no recuerdas las palabras del maestro de los elementos? Mi corazón es tuyo y el tuyo es mío —la interrogó con la mirada y esbozó una leve sonrisa—. ¡Es solo una cría! Creo que deberías intentar hablar con ella. Conmigo no atiende a razones.

—¿Después de lo que nos ha intentado hacer? ¿Sobre todo a mí? Con todo lo que he hecho por ella…

Sus ojos castaños se anegaron en lágrimas y él la consoló con un abrazo. La quería con todo su corazón. Su pelo liso y moreno, su cara de piel pálida, sus suaves manos… Todos sus rasgos también formaban parte de él.

La agarró por los hombros y le habló con seriedad:

—Por ese motivo creo que tendrías que ser tú quien la hiciera entrar en razón. Ya verás como todo esto queda en un simple malentendido.

Aquella misma tarde, siguiendo las indicaciones de Romuel, Wenthy se encaminó hacia el bosquecillo de robles. Mientras tanto, Romuel permaneció en su choza, inquieto. Se trataba de un momento importante que podría marcar el devenir de sus vidas. Si Wenthy no conseguía hacer entrar en razón a Krisa, esta se desvincularía de ellos para siempre. De lo contrario, podrían volver a disfrutar de su compañía y, quizás, esa atracción que sentía por él se esfumara con el tiempo.

A la mañana siguiente, Romuel despertó y vio que Wenthy no había regresado. Muy preocupado, se encaminó raudo hacia el bosquecillo. Al llegar a la entrada de la cueva, contempló un escenario de lo más aterrador. Las dos mujeres estaban tendidas boca abajo sobre un inmenso charco de sangre. Una sangre que también había sido usada para dibujar un círculo alrededor de ellas. Romuel temió por la vida de ambas, pero, sobre todo, por la de Wenthy. La acunó en sus brazos y, para su tranquilidad, vio que respiraba. Solo estaba inconsciente. Pero cuando le dio la vuelta al cuerpo de Krisa, observó horrorizado un profundo corte que recorría todo su cuello. El cuchillo, obsesivamente afilado, colgaba de su mano inerte. Había cumplido su palabra.

Romuel aguardó un día entero esperando que Wenthy volviera en sí. Mientras tanto, escondió el cuerpo de Krisa dentro de la cueva y lo cubrió con infinidad de rocas. Aún llevaba sujeto el puñal. Allí no la encontraría nadie. Una vez que Wenthy recobró la conciencia, le contó a Romuel lo poco que recordaba del conflicto de la noche anterior. Habían discutido por él fuertemente y Krisa, muy enojada, la golpeó con la empuñadura del cuchillo en la cabeza. Romuel la creyó sin vacilar.

—Pensé que iba a morir —lloraba desconsolada.

Los dos se abrazaron y llegaron al acuerdo de que nadie de la aldea debería ser conocedor del fatal desenlace. Prometieron guardar el secreto. Después, escondieron sus ropas ensangrentadas en la cueva, junto al cuerpo, y caminaron hasta el río desnudos. Allí, ambos eliminaron de sus cuerpos hasta la última gota de sangre que pudiera levantar murmuraciones.

Sin embargo, y a pesar del pacto de silencio, Wenthy pensó que sería mejor abandonar el asentamiento por miedo a ser descubiertos. Podrían unirse a otra tribu y empezar desde cero, olvidando todo lo sucedido. Romuel estuvo de acuerdo, pero sucedió algo que torció los planes.

 Aquella misma noche, ya de vuelta en casa, Wenthy le hizo el amor a Romuel de forma salvaje. Ella se mostró lujuriosa y sedienta de sexo. Usó su boca de manera distinta y su lengua de una manera especialmente juguetona. Después, retozó y gimió desmesuradamente, como hacía tiempo que no sucedía, hasta exprimirle todo el jugo. Cuando concluyó la fiesta, él se quedó prendado, agotado y sudoroso. Ella, desmelenada, había gozado como nunca. El ambiente seguía caldeado, pero Wenthy no pudo evitar decirle con una sonrisa burlona:

—¿Te das cuenta de que hasta el vínculo más fuerte se puede romper?

En ese instante, Romuel vio un reflejo azulado en los castaños ojos de Wenthy. Quedó un instante pensativo y recordó la conversación que mantuvo con Krisa en el bosquecillo de sauces: «Ya veremos», había replicado ella después de haber sido tajante en que el vínculo que tenía con Wenthy era irrompible.

Entonces, Romuel lo entendió todo. Pero no, no era posible…

—¿Krisa? —dijo con un hilillo de voz.

Wenthy sonrió ampliamente, abriendo mucho los ojos mientras asentía repetidamente con la cabeza.

—¿Te das cuenta, Romuel? He logrado que podamos estar los tres juntos al fin de la forma que tú querías. Seguirás teniendo a Wenthy y, al mismo tiempo, estarás también conmigo porque yo estoy dentro de ella —explicó Wenthy de una forma un tanto enrevesada.

La cara de Romuel era de perplejidad pura. No daba crédito a lo que escuchaban sus oídos. Se levantó del lecho sin mediar palabra y le espetó:

—¿Qué has hecho? ¿Cómo…?

Ella también se puso en pie, mostrando una amplia sonrisa y un rostro exultante.

—¡Lo he hecho por nosotros, para que podamos estar juntos! No he hecho daño a nadie, estamos las dos aquí…

—¡Has matado a Wenthy! —gritó Romuel rebosante de ira—. No sé, ni entiendo cómo, pero lo has hecho.

Se descompuso y comenzó a llorar cubriéndose el rostro con las manos.

—Llevo haciéndolo mucho tiempo. He perdido la cuenta de cuántas vidas he podido disfrutar. Pero, en esta ocasión, me he deshecho de un cuerpo joven y hermoso antes de tiempo por ti, para que pudiéramos estar juntos.

Se acercó a él y tomó sus manos. La mujer que lo miraba no era Wenthy, ahora lo veía claro. Sus gestos, sus expresiones, sus palabras, la forma de practicar el sexo… nada era suyo. No era ella y se había ido para siempre.

Romuel la empujó con violencia y Krisa cayó sobre el lecho.

—Voy a informar a Alun Lai de lo que has hecho. Tendrás tu justo castigo.

Se dispuso a salir de la choza, pero Krisa, en un arrebato de odio por la falta de gratitud que según ella le debía, agarró la lanza de caza y lo embistió por la espalda. Lo atravesó con tanta violencia que le hundió el arma hasta la mitad de la empuñadura. Romuel sintió cómo el aire se le escapaba. Expulsó unas gotas de sangre por la boca y se precipitó contra el suelo, sin tener tiempo de ver por última vez el rostro de una mujer que ya no era la suya.

V

Krisa, bajo la apariencia de Wenthy, cogió los enseres básicos para el viaje y huyó a escondidas de la aldea sin perder un segundo. Pero fue vista por Alun Lai, que no tardó en percatarse de que algo raro sucedía, dirigiéndose hacia el sur. Esa misma noche, encontraron el cuerpo de Romuel en la cabaña, aún con vida. Estaba malherido y sabía que no le quedaba tiempo. Así que, en su lecho de muerte, contó a Alun Lai lo esencial: quién era en realidad la niña y cómo había cambiado de cuerpo en multitud de ocasiones hasta acabar dentro de Wenthy. Inmediatamente la tacharon de bruja, un concepto más tenebroso y oscuro que iba un paso más allá del de maestro de los elementos.

Una comitiva liderada por Alun Lai la persiguió con palos en llamas. El fuego y los gritos embravecidos de los hombres suplicando venganza enturbiaron la noche. Por su parte, Krisa corrió a guarecerse en las montañas de aquella multitud tan exaltada como furiosa, en aquel bosque tan frondoso y asfixiante de la cima que ya conocía desde hacía muchísimos años. En otra vida, había construido una cabaña entre la espesura.

Aguardó allí varios días temiendo que la encontraran, pero no lograron dar con ella. Como nunca había estado tan asustada y, tal vez, tan cerca de la verdadera muerte, decidió plantar una bellota a las afueras del bosque, cerca de la ladera oeste de la montaña. La alimentó con brebajes mágicos y encantamientos y, poco a poco, un roble fue creciendo. Al cabo de un mes, su tamaño era equivalente al de diez robles. Por supuesto, el roble era mágico y le avisaría cada vez que alguien se acercara por allí. Posteriormente, aquel sendero que atravesaba la montaña sería conocido como el Paso del Roble.

Nunca llegaron a encontrar a Krisa, ni nada más se supo de ella. Se ignora si murió en aquella cabaña o, en la actualidad, en la época de Aithan y compañía, pudiera seguir vagando por Belquios, Jápota o algún otro pueblo o ciudad del reino, cambiando de cuerpo a lo largo de un milenio.